Hoy me levanté, me tomé un té y me senté a ver los mensajes electrónicos, la rutina parecía ser la de siempre, nada nuevo; pero había un mensaje de una amiga, era un "Forward" que se titulaba: Buscando a Juan. Antes de abrirlo, pensé que se trataba de uno de los tantos chistes que recibo día a día en mi correo, pero no, no era un chiste, era un llamado... un llamado urgente para encontrar a una persona perdida. El mensaje contenía una fotografía, la abrí y reconocí esa cara inmediatamente, era el hermano de un viejo amigo. No podía creerlo, pensé que estaba equivocada, pero no, era él, era Juan, era ESE Juan, el que trabaja arreglando computadoras en el Tribunal Superior de Justicia de Zacatecas. Aun así, por messenger le pregunté a otra amiga si se trataba de él. Me dijo que sí, que no hay noticias y que lo están buscando. Lo cierto es que Juan no desapareció así como así; lo secuestraron de manera violenta hace más de una semana. Su novia vio todo y los secuestradores la dejaron con un Jesús en la boca y con la promesa de que se lo devolverían; esa promesa, no tengo que ser muy explícita, no se ha cumplido.
Es la segunda vez en menos de seis meses que abro mis mensajes de correo electrónico y me encuentro con una cara conocida a la cual sus familiares no han podido ver en días porque han sufrido un secuestro o han desparecido. Dos en menos de seis meses... es mucho. Son caras de personas que trabajan, que se esfuerzan diariamente y que, como muchos de nosotros, se rehusan a vivir en un país violento y lleno de incertidumbre.
Me pregunto cuántos mensajes más tendré que abrir donde se pidan informes de personas secuestradas, me pregunto si en algún momento esta "ola de violencia" terminará, me pregunto si nuestro México lindo y querido tendrá una tregua. No lo sé, y siento una gran impotencia. Lo indudable es que hoy buscamos a Juan, y a Pedro, y a Laura, y a Rosa... y a todas esas caras (conocidas o desconocidas) que han desparecido a causa del narcotráfico y la violencia inusitada que se vive en nuestro país. Esperamos encontrarlos y que regresen con bien.
22 de noviembre de 2010
12 de julio de 2010
La plaga de los Juanes

Desde niña sentí que del apellido Barragán siempre colgaba un Juan. En las frecuentes e involuntarias reuniones familiares cada diez segundos alguien se veía obligado a resbalar en la repetición de una piedra sonante el nombre de Juan. En realidad había demasiados: Juanito, Juan chico y grande, Juan Carlos, Juan Randolfo, Juan Miguel, y la lista se aderezaba de otras tantas dosis de Juanas. Para los Barragán no era sólo cuestión de reproducirlos también nos habíamos encargado de recolectarlos. Mi tía mayor se había casado con un Juan, a quien llamábamos por su apellido: Juan Morales, la hija de ambos a su vez se casó con un Juan Antonio, que para efectos prácticos y poco románticos fue aterrizado en Toño. Incluso mis abuelos llegaron a tener vecinos sin relación familiar conocida, en donde padre e hijo también tenían los nombres de Juan Barragán, y sumando con los nuestros se nos iban los días desenredando el nudo de las coincidencias.
Si cierro los ojos un segundo se me adhiere la imagen mi abuelo Juan Barragán Martínez, aunque mi papá dice que andaba a caballo yo lo recuerdo en bicicleta y siempre con sombrero. Nació en un pueblo que sólo un milagro lo ubicaría en un mapa: La Pila, y en la única visita en la que subimos a todos los juanes en varios coches hacia el dichoso poblado, yo esperaba que se nos revelara el sentido de tal destino de nombres en un par de bocoles, pero no pudimos encontrar ser humano en sus pocas cuadras y tras una nube de polvo sólo se distinguía una iglesia triste. Era poco lo que se sabía de todos, de mi abuelo nadie se imaginaba por qué tenía los ojos verdes y la tez tan blanca; alguna vez lo escuche hablar tének, la lengua de los huastecos, y lo único personal que me dijo en 32 años fue que los indígenas de su pueblo lo apedreaban por qué su piel era transparente. A todos nos heredó la fuerza de una distracción sin remedios, que no nos hacía sorprender cuando la vista de mi abuelo se debilitó un poco y en la calle confundía a mi abuela con una mujer desconocida con quien quería platicar. A los 90 años, parecía que la plaga de esos Juanes estaba ahí con él, en los gestos de su sueño senil, en sus párpados y en el fuerte apretón de manos que le daba a mi papá durante sus visitas, y cuando chocaban sus puños como adolescentes mi abuelo reía y nos hacía querer más de ese Juan por cien años más.
13 de noviembre de 2009
¡Oh! Regina
Martes 10 de noviembre, 7:45 p.m.
Auditrorio Verizon Wireless
2 entradas
El concierto de Regina Spektor nos esperaba con las puertas abiertas. El Adriancito y yo estábamos en la fila con los boletos en la mano, listos para entregarnos a su voz dulzona. El escaner reconoció el código de barras de los boletos y entramos al auditorio. A Regina la conocimos en una película; era parte de la banda sonora y nos gustó.
Todo iba bien, hasta que entramos al lobby del auditorio. A nuestro lado derecho, una fila de adolescentes comprando sus respectivas camisetas; a nuestro lado izquierdo, otra fila de adolescentes comprando hot-dogs, palomitas, referesco o cerveza (si es que su identificación "oficial" daba para presentarlos como mayores de edad). Enfrente, adolescentes hablando y haciendo comentarios: --oh! Regina is soooooo coooooooool.
Nosotros estábamos soprendidos, pero creo que nuestra entrada les causó más conmoción a los jóvenes, porque, de pronto, las miradas se clavaron en nosotros. He ahí el momento identificatorio...llegaron los treintones (o, para el mismo efecto, cuarentones, cincuentones, ustedes pongan la edad, ellos la tomarán igual). En efecto, estábamos en medio de un espacio ajeno, joven, neo-ochentero, totalmente adolescente.
Lo primero que comentamos el Adriancito y yo, fue: Pero, cómo, Regina es para los adolescentes? !No puede ser! Además, nosotros tan "open-mind", tan innovadores, tan todo... Cualquier comentario, o pensamiento, se veía mutilado por las miradas de nuestros adversarios. Había que hacer algo, y pronto...
... Compremos una cerveza. !JA! A nosotros no nos piden la identificación, y a !ustedes sí, chamacos! Salimos del lobby con la cabeza en alto, pero entramos a la sala de conciertos y nos encontramos a otras parejas "de edad", como nosotros, todos soprendidos y con una cara de vergüenza que delataba lo indecible: Me gusta Regina Spektor (gulp!... a mi edad?!).
De cualquier forma, no había mucho qué hacer, ya estábamos ahí, y era claro que no nos íbamos a ir porque el resto de los asistentes no lo aprobaban. Así que nos sentamos a esperar. Minutos después, los adolescentes fueron tomando sus lugares, detrás de nosotros se sentaron cinco chicas que no dejaban de reírse (ni hablar, nos toca aguantarlas). Llegaron los teloneros, la banda Jupiter One abrió el concierto, muy jóvenes también... adolescentes. Adrián y yo los comenzamos a escuchar un poco incómodos, pero pasados unos minutos pensamos que no tocaban mal. Media hora después comentábamos que tenían talento y, si seguían así, tendrían una carrera prolífica (acá "los grandes" nos permitimos la crítica del maestro y la experiencia total).
Por fin salió Regina al escenario. Muy sencilla, con un vestido negro, la piel traslúcida y sus labios rojísimos; parece algo tímida cuando se dirige al público, pero cuando se acerca al micrófono no hay quien pare esa voz. Los adolescentes se emocionan, cantan con ella, le gritan que la aman, que la adoran, que es "tan cool". Las canciones siguen; ellos se paran, aplauden, bailan y, poco a poco, nos envuelven en su ambiente. Pasado un rato, los jóvenes y los viejos llegamos a un acuerdo: Sí, nos gusta Regina. La amamos, la adoramos y pensamos que es "cool". Por hora y media nos entendemos y cantamos, cantamos, cantamos....
Auditrorio Verizon Wireless
2 entradas
El concierto de Regina Spektor nos esperaba con las puertas abiertas. El Adriancito y yo estábamos en la fila con los boletos en la mano, listos para entregarnos a su voz dulzona. El escaner reconoció el código de barras de los boletos y entramos al auditorio. A Regina la conocimos en una película; era parte de la banda sonora y nos gustó.
Todo iba bien, hasta que entramos al lobby del auditorio. A nuestro lado derecho, una fila de adolescentes comprando sus respectivas camisetas; a nuestro lado izquierdo, otra fila de adolescentes comprando hot-dogs, palomitas, referesco o cerveza (si es que su identificación "oficial" daba para presentarlos como mayores de edad). Enfrente, adolescentes hablando y haciendo comentarios: --oh! Regina is soooooo coooooooool.
Nosotros estábamos soprendidos, pero creo que nuestra entrada les causó más conmoción a los jóvenes, porque, de pronto, las miradas se clavaron en nosotros. He ahí el momento identificatorio...llegaron los treintones (o, para el mismo efecto, cuarentones, cincuentones, ustedes pongan la edad, ellos la tomarán igual). En efecto, estábamos en medio de un espacio ajeno, joven, neo-ochentero, totalmente adolescente.
Lo primero que comentamos el Adriancito y yo, fue: Pero, cómo, Regina es para los adolescentes? !No puede ser! Además, nosotros tan "open-mind", tan innovadores, tan todo... Cualquier comentario, o pensamiento, se veía mutilado por las miradas de nuestros adversarios. Había que hacer algo, y pronto...
... Compremos una cerveza. !JA! A nosotros no nos piden la identificación, y a !ustedes sí, chamacos! Salimos del lobby con la cabeza en alto, pero entramos a la sala de conciertos y nos encontramos a otras parejas "de edad", como nosotros, todos soprendidos y con una cara de vergüenza que delataba lo indecible: Me gusta Regina Spektor (gulp!... a mi edad?!).
De cualquier forma, no había mucho qué hacer, ya estábamos ahí, y era claro que no nos íbamos a ir porque el resto de los asistentes no lo aprobaban. Así que nos sentamos a esperar. Minutos después, los adolescentes fueron tomando sus lugares, detrás de nosotros se sentaron cinco chicas que no dejaban de reírse (ni hablar, nos toca aguantarlas). Llegaron los teloneros, la banda Jupiter One abrió el concierto, muy jóvenes también... adolescentes. Adrián y yo los comenzamos a escuchar un poco incómodos, pero pasados unos minutos pensamos que no tocaban mal. Media hora después comentábamos que tenían talento y, si seguían así, tendrían una carrera prolífica (acá "los grandes" nos permitimos la crítica del maestro y la experiencia total).
Por fin salió Regina al escenario. Muy sencilla, con un vestido negro, la piel traslúcida y sus labios rojísimos; parece algo tímida cuando se dirige al público, pero cuando se acerca al micrófono no hay quien pare esa voz. Los adolescentes se emocionan, cantan con ella, le gritan que la aman, que la adoran, que es "tan cool". Las canciones siguen; ellos se paran, aplauden, bailan y, poco a poco, nos envuelven en su ambiente. Pasado un rato, los jóvenes y los viejos llegamos a un acuerdo: Sí, nos gusta Regina. La amamos, la adoramos y pensamos que es "cool". Por hora y media nos entendemos y cantamos, cantamos, cantamos....
19 de octubre de 2009
Se eclipsa Monterrey de rojo
Inmersa todavía en obsesión de manos, hace 2 años Luis Leante me dejó esta foto, era 2007 y por su libro "Mira si yo te querré" le retraté los dedos que lo llevaron al Premio Alfaguara.
Este 2009 lo recibimos con su "Luna Roja" en Monterrey y como siempre nos eclipsó el gusto de verlo. Al postear la foto aquí, solo deseo que sus manos nos traigan otro motivo el año siguiente y muchos más para recibirlo entre estas tierras del norte.
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